ENTREVISTA: Manuel Castells PROFESOR DE SOCIOLOGÍA
"El poder tiene miedo de
Internet"
MILAGROS PÉREZ OLIVA 06/01/2008
Si alguien ha estudiado las
interioridades de la sociedad de la información es el sociólogo Manuel Castells
(Hellín, 1942). Su trilogía La era de la información: economía, sociedad y
cultura ha sido traducida a 23 idiomas. Es uno de los primeros cerebros
rescatados: volvió a España, a dirigir la investigación de la Universitat
Oberta de Catalunya, en 2001, después de haber investigado e impartido clases
durante 24 años en la Universidad de California, en Berkeley. Una de sus
investigaciones más reciente es el Proyecto Internet Cataluña, en el que
durante seis años ha analizado, mediante 15.000 entrevistas personales y 40.000
a través de la Red, los cambios que Internet introduce en la cultura y la
organización social, y acaba de publicar, con Marina Subirats, Mujeres y
hombres, ¿un amor imposible? (Alianza Editorial), donde aborda las
consecuencias de estos cambios.
Pregunta. Esta investigación muestra que
Internet no favorece el aislamiento, como muchos creen, sino que las personas
que más chatean son las más sociables.
Respuesta. Sí. Para nosotros no es ninguna
sorpresa. La sorpresa es que ese resultado haya sido una sorpresa. Hay por lo
menos 15 estudios importantes en el mundo que dan ese mismo resultado.
P. ¿Por qué cree que la idea contraria se
ha extendido con éxito?
R. Los medios de comunicación tienen mucho
que ver. Todos sabemos que las malas noticias son más noticia. Usted utiliza
Internet, y sus hijos, también; pero resulta más interesante creer que está
lleno de terroristas, de pornografía... Pensar que es un factor de alienación
resulta más interesante que decir: Internet es la extensión de su vida. Si
usted es sociable, será más sociable; si no lo es, Internet le ayudará un
poquito, pero no mucho. Los medios son en cierto modo la expresión de lo que
piensa la sociedad: la cuestión es por qué la sociedad piensa eso.
P. ¿Por miedo a lo nuevo?
R. Exacto. Pero miedo, ¿de quién? De la
vieja sociedad a la nueva, de los padres a sus hijos, de las personas que
tienen el poder anclado en un mundo tecnológica, social y culturalmente
antiguo, respecto de lo que se les viene encima, que no entienden ni controlan
y que perciben como un peligro, y en el fondo lo es. Porque Internet es un
instrumento de libertad y de autonomía, cuando el poder siempre ha estado
basado en el control de las personas, mediante el de información y
comunicación. Pero esto se acaba. Porque Internet no se puede controlar.
P. Vivimos en una sociedad en la que la
gestión de la visibilidad en la esfera pública mediática, como la define John
J. Thompson, se ha convertido en la principal preocupación de cualquier
institución, empresa u organismo. Pero el control de la imagen pública requiere
medios que sean controlables, y si Internet no lo es...
R. No lo es, y eso explica por qué los
poderes tienen miedo de Internet. Yo he estado en no sé cuántas comisiones
asesoras de gobiernos e instituciones internacionales en los últimos 15 años, y
la primera pregunta que los gobiernos hacen siempre es: ¿cómo podemos controlar
Internet? La respuesta es siempre la misma: no se puede. Puede haber
vigilancia, pero no control.
P. Si Internet es tan determinante de la
vida social y económica, ¿su acceso puede ser el principal factor de exclusión?
R. No, el más importante seguirá siendo el
acceso al trabajo y a la carrera profesional, y antes el nivel educativo,
porque, sin educación, la tecnología no sirve para nada. En España, la llamada
brecha digital es por cuestión de edad. Los datos están muy claros: entre los
mayores de 55 años, sólo el 9% son usuarios de Internet, pero entre los menores
de 25 años, son el 90%.
P. ¿Es, pues, sólo una cuestión de tiempo?
R. Cuando mi generación haya desaparecido,
no habrá brecha digital en el acceso. Ahora bien, en la sociedad de Internet,
lo complicado no es saber navegar, sino saber dónde ir, dónde buscar lo que se
quiere encontrar y qué hacer con lo que se encuentra. Y esto requiere
educación. En realidad, Internet amplifica la más vieja brecha social de la
historia, que es el nivel de educación. Que un 55% de los adultos no haya
completado en España la educación secundaria, ésa es la verdadera brecha
digital.
P. En esta sociedad que tiende a ser tan
líquida, en expresión de Zygmunt Bauman, en que todo cambia constantemente, y
que cada vez está más globalizada, ¿puede aumentar la sensación de inseguridad,
de que el mundo se mueve bajo nuestros pies?
R. Hay una nueva sociedad que yo he
intentado definir teóricamente con el concepto de sociedad-red, y que no está
muy lejos de la que define Bauman. Yo creo que, más que líquida, es una
sociedad en que todo está articulado de forma transversal y hay menos control
de las instituciones tradicionales.
P. ¿En qué sentido?
R. Se extiende la idea de que las
instituciones centrales de la sociedad, el Estado y la familia tradicional, ya
no funcionan. Entonces se nos mueve todo el suelo a la vez. Primero, la gente
piensa que sus gobiernos no la representan y no son fiables. Empezamos, pues,
mal. Segundo, piensan que el mercado les va bien a los que ganan y mal a los
que pierden. Como la mayoría pierde, hay una desconfianza hacia lo que la
lógica pura y dura del mercado le pueda proporcionar a la gente. Tercero,
estamos globalizados; esto quiere decir que nuestro dinero está en algún flujo
global que no controlamos, que la población se ve sometida a unas presiones
migratorias muy fuertes, de modo que cada vez es más difícil encerrar a la
gente en una cultura o en unas fronteras nacionales.
P. ¿Qué papel desempeña Internet en este proceso?
R. Por un lado, al permitirnos acceder a
toda la información, aumenta la incertidumbre, pero al mismo tiempo es un
instrumento clave para la autonomía de las personas, y esto es algo que hemos
demostrado por primera vez en nuestra investigación. Cuanto más autónoma es una
persona, más utiliza Internet. En nuestro trabajo hemos definido seis
dimensiones de autonomía, y hemos comprobado que cuando una persona tiene un
fuerte proyecto de autonomía, en cualquiera de esas dimensiones, utiliza Internet
con mucha más frecuencia e intensidad. Y el uso de Internet refuerza a la vez
su autonomía. Pero, claro, cuanto más controla una persona su vida, menos se
fía de las instituciones.
P. Y mayor puede ser su frustración por la
distancia que hay entre las posibilidades teóricas de participación y las que
ejercen en la práctica, que se limitan a votar cada cuatro años, ¿no cree?
R. Sí, hay un desfase enorme entre la
capacidad tecnológica y la cultura política. Muchos municipios han puesto
puntos Wi-Fi de acceso, pero si al mismo tiempo no son capaces de articular un
sistema de participación, sirven para que la gente organice mejor sus propias
redes, pero no para participar en la vida pública. El problema es que el
sistema político no está abierto a la participación, al diálogo constante con
los ciudadanos, a la cultura de la autonomía, y, por tanto, estas tecnologías
lo que hacen es distanciar todavía más la política de la ciudadanía.
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